martes, 19 de enero de 2010

Dulce otoño.


Las primeras hojas caían a sus pies anunciando la llegada del otoño. El viento empujaba cada una de ellas con delicadeza y las arrastraba hasta el final del paseo. Charlotte observaba maravillada desde aquel viejo banco de madera. Siempre le había gustado el otoño. El olor a tierra húmeda debido a la lluvia, la marcha de las golondrinas que huyen del frío, el color amarillento de las hojas…

Desde hacía semanas no podía dejar de ir a ese lugar. Se pasaba las horas escribiendo versos a un amor aparentemente prohibido. Más de una vez se repitió que enloquecería si seguía esperando que volviese a aparecer. Como era típico en ella hizo caso omiso a toda palabra que resonaba en su cabeza y cada tarde regresaba. Ella era así.


El sol empezó su recorrido para esconderse tras los edificios. La noche estaba por caer. Charlotte se colocó su preciado gorro azul y emprendió el camino a casa pero algo a los lejos captó su atención. Unos ojos dulces como la miel se cruzaron con los suyos en una milésima de segundo. El corazón quería volar libremente fuera de su pecho. Latía frenéticamente y su respiración era cada vez más irregular. Poco a poco se fue quedando absorta en aquella mirada, aquellos labios que se le antojaban cada noche en sus sueños. Pero una vez más –sin saber cómo ni cuándo- habían desaparecido.

2 comentarios:

  1. u_u Había desaparecido? joo

    ResponderEliminar
  2. buscando tesoros en el fondo del mar me persiguen los tiburones

    ResponderEliminar