martes, 22 de septiembre de 2009

Dulces ojos color ámbar


El frío inundaba las calles solitarias de París. El ambiente estaba húmedo y los últimos rayos de sol se escondían tras los elevados edificios.

Ámbar estaba a punto de cruzar la calle, como cada tarde de domingo lo hacía para ir a tomarse una taza de chocolate caliente. Allí estaba. Apareció por la esquina con su melena ondeada por el viento. Su rostro parecía estar envuelto en una nube de tristeza. Se sentó en su mesa de siempre, junto a la ventana. Con delicadeza soplaba su recién servido chocolate, mientras su mirada se perdía en el infinito.

Una hora después el tiempo parisino se había revolucionado. Se avecinaba una gran tormenta advertida por la lluvia que bañaba las tenebrosas calles.
Ámbar esperaba impaciente un taxi en la acera. Su pelo empapado por el agua le daba un aspecto aún más apenado. El rimel recorría cada centímetro de sus finas mejillas y sus labios comenzaban a volverse de un tono violáceo. Poco después subió al coche.

Durante el viaje el silencio fue el dueño de la situación. El joven miraba con cierto gesto de preocupación por el espejo retrovisor. Al llegar al portal el conductor se giró con una dulce sonrisa y dijo:

- El viaje no es nada, porque nada merece la tristeza que hay en sus ojos…

Sin decir ni una palabra bajó del coche. Nunca un desconocido la había intimidado de aquella forma y mucho menos la había hecho sentirse tan bien con apenas un par de palabras.
Inocentemente dio medio vuelta, y le dio las gracias sin más, aunque algo había cambiado en su rostro. Tenía un brillo especial en sus ojos, aquellos dulces ojos color ámbar reluciente que cambiaron la vida a un joven e inexperto taxista…

1 comentario:

  1. Adoro los encuentros parisinos en plena noche: taxis, chocolate caliente y lluvia. Exquisito relato, guapa. Te sigo con sumo placer :)

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