Cómo le gustaba
aquel viejo teatro, era el único lugar donde parecía ser feliz. Se paseaba
correteando de un extremo a otro del escenario. Danzaba como un pajarillo
enjaulado que es puesto en libertad. Brincaba con los ojos centelleantes
mirando al techo. ¡Oh, dios! Hacía tanto que no se sentía tan libre, tan
dichosa…
De pronto se
detuvo. Permaneció inmóvil unos segundos con una pequeña sonrisa en su rostro.
Se dio la vuelta y bajó unas oscuras y resbaladizas escaleras situadas al
fondo. Poco después apareció envuelta en una preciosa capa de seda azul.
Comenzó de nuevo su danza por todo el espacio, revoloteando como una mariposa
de flor en flor. Estaba hermosa, a pesar de sus casi sesenta años.
Pero toda esa
alegría se transformó en angustia. Sus piernas empezaron a flojear, sus manos
temblaban y su expresión era de horror. Pálida y sin pestañear se derrumbó y
cayó sobre sus rodillas, en el suelo. Una lágrima rodeó su pómulo hasta llegar a la
comisura del labio. Ni siquiera se inmutó.
-Otra vez no…-
susurró entre dientes.
La misma melodía
de siempre, aquella que la perseguía en sus sueños… ‘soy sólo un actor que olvidó su guión’. Resonaba en su cabeza,
una y otra vez, sin saber porqué, cómo, cuándo.
En la calle sonó
el frenazo en seco de un coche. Se oyeron pasos rápidos que pisaban los charcos
formados por la lluvia. Entró en el auditorio una joven. En una mano sostenía
un paraguas empapado, casi tanto como su rostro bañado en lágrimas. Avanzó
velozmente entre las butacas y profirió un grito ahogado:
-¡Mamá!
La señora,
arrodillada aún en el escenario, levantó la cabeza.
-¿Mamá? ¿Quién
eres tú?- dijo con un gesto de incertidumbre. La joven rompió
a llorar, era la viva imagen del dolor.
-Ma…má, por
favor, vamos a casa, deja de darnos estos sustos…- apenas podía articular
palabra.
Aquella situación cada día se hacía más insoportable. Su madre, la misma que le había regalado la vida, no la reconocía, no sabía quién era, no tenía recuerdos… Se acercó a su progenitora, la sujetó con fuerza y ambas se dirigieron a la salida. Una destrozada por el dolor, la otra totalmente desconcertada, sumergida en un mundo de pensamientos vacíos…
Aquella situación cada día se hacía más insoportable. Su madre, la misma que le había regalado la vida, no la reconocía, no sabía quién era, no tenía recuerdos… Se acercó a su progenitora, la sujetó con fuerza y ambas se dirigieron a la salida. Una destrozada por el dolor, la otra totalmente desconcertada, sumergida en un mundo de pensamientos vacíos…
La verdad es que no llego a poder imaginarme lo dificil que es perder la memoria y verte a ti misma perdida sin saber en donde y porque, pero sobre todo en ser conocedora que eso pasará...
ResponderEliminarAl igual que el dolor que debe sentir la persona que se queda ahí esperando cada día a ver un algo que le diga que vuelve a ser la de siempre, que le conoce y demás...
Simplemente me ha encantado el texto
Me ha gustado mucho, y también me ha dado mucha pena.
ResponderEliminar(Y te echo de menos, quiero que vengas).
Terrible enfermedad la que te quita lo más preciado: los recuerdos. Sin embargo, ni el Alzheimer pudo llevarse lo que un día fue sobre un escenario. Me ha gustado. :-)
ResponderEliminaratlantis2050.blogspot.com
Es duro que se lleven cosas tan importantes de nosotros mismos como son los recuerdos, lo importante es seguir adelante con ello.
ResponderEliminarSigue escribiendo :)